Inicios [editar]
Las primeras películas realizadas en Venezuela fueron Célebre Especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa, y Muchachos Bañándose en la laguna de Maracaibo, ambas estrenadas el 28 de enero de 1897 en el Teatro Baralt de Maracaibo, y cuya realización generalmente es atribuida al realizador Manuel Trujillo Durán.[1] En este mismo año, otros pioneros del cine como Ricardo Rouffet y Carlos Ruiz Chapellín realizan algunos cortometrajes en la ciudad de Caracas.
Sería en 1916 cuando Enrique Zimmerman realiza la primera película larga de ficción de la cual se tiene registro: La Dama de las Cayenas o Pasión y Muerte de Margarita Gutiérrez. Ocho años después, en 1924, se filma La Trepadora, adaptación de la novela homónima de Rómulo Gallegos.
Hacia finales de los años 20, la actividad cinematográfica repunta cuando el Presidente Juan Vicente Gómez instala los Laboratorios Nacionales del Ministerio de Obras Públicas en la ciudad de Maracay. Igualmente, en Barquisimeto, Amábilis Cordero funda los Estudios Cinematográficos Lara. Con la salida de diversos noticieros y revistas, el cine nacional comienza a verse regularmente en las pantallas del país.
Llega el Sonido [editar]
Si bien en 1934 se hicieron algunos intentos de sonido con la película La Venus de Nácar, no sería hasta 1938 con el estreno del cortometraje Taboga que se puede hablar verdaderamente de cine sonoro en Venezuela. Igualmente se rueda el primer largometraje sonoro en el país: El Rompimiento, de A.M. Gómez.
A finales de la década de los treinta, Rómulo Gallegos crea los Estudios Ávila en la ciudad de Caracas, y a principios de los años 40, Guillermo Villegas Blanco constituye formalmente la empresa Bolívar Films, la cual comienza a realizar alianzas estratégicas con el mexicanoRodolfo Espino y el argentinoLino Veluvirretti, para producir largometrajes dentro de un esquema industrial. Tal vez su película más conocida La Balandra Isabel llegó esta tarde, de Carlos Hugo Christensen, llegó a ganar el premio a mejor fotografía en la cuarta edición del Festival Internacional de Cine de Cannes en el año 1951.
En el año 1959, la película documental Araya de Margot Benacerraf logra el Premio de la Crítica en el Festival de Cannes (compartido con Hiroshima, Mon Amour de Alain Resnais), el mayor reconocimiento obtenido por una película venezolana hasta el momento. La misma Benacerraf sería nombrada directora de la Cinemateca Nacional de Venezuela en 1966.
COMENTARIO:
..............Ambos documentales se soportan en las entrevistas a quienes impulsaron la creación del Fondo de Fomento Cinematográfico –el actual CNAC- y apostaron por una industria nacional del cine y las de un grupo de realizadores de la talla de Román Chalbaud, Clemente de la Cerda, Mauricio Wallerstein, Thaelman Urgelles, Solveig Hoogesteijn, entre otros, y con material de archivo de “Sagrado y Obsceno”, “Soy un delincuente”, “Domingo de Resurrección”, que junto a otras cintas fueron grandes éxitos de taquilla nacional.
Sergio Marcano, co director de La Edad de Oro, esta obra posibilita la apreciación del cine venezolano en su justa dimensión y contexto.
…permitirán entender las razones y el devenir de este segmento de industria cultural venezolana ya que muestra un cine desligado de la cultura oficial, que incluso dinamitaba las estructuras de las castas partidistas del momento, un cine con ideología sociopolítica clara, que desnudaba el alma del venezolano medio y que sin paqueterías, ni medias tintas, nos mostraba cómo era nuestra sociedad, con sus defectos e imperfecciones y las luchas por superarlos. Era un cine con agallas, con corazón, con alma, que mostraba nuestra realidad… lo que veremos en constituyen un relato vivo de nuestra historia cinematográfica más cercana, importante en un país que tiende a no prestar atención al conocimiento de su historia, para una mejor comprensión del presente.
No he visto aún el díptico, así que no me queda más remedio que citar a quien sí lo ha visto, Vicente Forte Sillié, de El Cinescopio:
Las tres películas me conmovieron profundamente en varios sentidos. En primer lugar, no sólo me dejaron claro lo poco que sé sobre cine venezolano, sino que despertaron en mi preguntas dormidas. ¿Por qué sé tan poco del cine nacional? ¿Es esta una condición muy cercana al hecho de que nos desconocemos como venezolanos? En segundo lugar, creo que la trilogía me tocó una fibra que debo resolver, una premura que antes no tenía y que ahora se me hace urgente: la de ver nuestro cine, revisitar nuestra filmografía e investigar sobre nuestros autores. ¿Es malo nuestro cine? ¿Sentimos vergüenza de nuestras películas? El tercer punto es sólo la consecuente reflexión que se origina de los dos anteriores: tenemos la obligación de rescatar materialmente nuestro cine. Resulta insólito y no deja de crearme cierta ansiedad el hecho de que nuestras películas estén desapareciendo o, en el mejor de los casos, resulte casi imposible conseguirlas en formatos como el DVD…
Forte Sillié, además, publica una larga entrevista con uno de los realizadores, Sergio Marcano que, creo, vale la pena leer.
Dice la sinopsis de este díptico documental:
A partir de el 1° de enero de 1976 –fecha de conclusión las concesiones de hidrocarburos a las compañías extranjeras que operaban en Venezuela y nacimiento PDVSA- Venezuela se beneficiaria directamente con el petróleo que brotaba de su suelo y toda esta riqueza dio paso a una época cierta prosperidad o apariencia de prosperidad en nuestra economía y sociedad.
El estado hace del cine una política cultural y subvenciona el nacimiento y la expresión de una generación de cineastas con un compromiso estético y argumental profundamente relacionado con nuestra sociedad y con nuestra idiosincrasia y que logro la empatía con el publico por mas de 10 años.
Esta es la historia de aquellos hombres excepcionales y de su compromiso con el desarrollo de un país con un potencial nunca bien comprendido por sus habitantes.
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